La percepción que tienen los demás de uno, y la que tenemos de nosotros mismos

30.09.2017

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La visión romántica sobre nuestros propios atributos, conocimientos, cualidades, imperfecciones, rara vez suele coincidir con la que los demás tienen de nosotros. El ego, la autocompasión, la falta de objetividad sobre nuestras acciones, distorsiona la realidad en determinados grados, dependiendo de la autoestima de cada uno de nosotros. Por otro lado y dependiendo del nivel de atracción química o empatía que tengamos hacia los demás, nos condicionará también en cómo les veremos o sintamos. Ni los unos ni los otros (receptor y emisor), tendrá un acierto del 100%, siempre nos dejaremos condicionar por lo que vemos, oímos, o pensamos, aunque esa información no esté completa (nunca lo está), y por eso ni uno mismo sabe cómo es en realidad, ni los demás aciertan en cómo es uno a la hora de definirnos o juzgarnos. 

Hablamos alegremente en voz alta, de los fallos de quien creemos conocer, de sus capacidades, de sus taras, de sus logros, y lo hacemos sin pensar que esas palabras están condicionando a que quien las escuche, tienda a prejuzgar sin conocimiento de causa. Encasillamos a las personas, por cómo nosotros percibimos una parte de la información sobre ellas, o por cómo nos caen, sin pensar en que nuestra frivolidad al encajarles en un prototipo, puede causarles problemas, o malas interpretaciones. Por eso casi siempre nos equivocamos, y esos errores son los que van circulando de boca en boca de los que nos rodean, haciendo que un rumor, una interpretación de la vida de los demás, les condicione para siempre.

Prejuzgamos con tal alegría a los demás y a la vez estamos tan seguros de lo perfectos que somos nosotros mismos, que no nos damos cuenta de que la realidad es totalmente diferente. No solo eso sino que caemos en la trampa de pensar que los demás nos ven tan perfectos como nosotros mismos nos vemos, y cuando descubrimos que es todo lo contrario, nos extrañamos, y en bastantes ocasiones nos sentimos ofendidos e incomprendidos.

Saber y entender que ni somos los mejores ni los demás son los perdedores, es lo que más nos cuesta conseguir. Si conseguimos callar y pensar antes de hablar sobre los atributos o defectos de los demás, estaremos en el buen camino para aprender a respetar y conocer mejor a los que nos rodean.

Ni yo soy el listo ni tú el tonto. Ahí nace el secreto de la convivencia, del respeto. Si no quiero que opinen sobre mí, deberé dejar de opinar sobre los demás. 


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